En el primer Camino de Santiago, entendí y aprecié el saludo Buen Camino (Ya sé que es buen camino) Totalmente positivo. Un deseo de buena fe para conocidos y no tanto, que tienen en ese momento un objetivo particular.
En el segundo, sin querer, mi atención se fijó en las piedras que se apilan en los mojones. Su significado más correcto en mi apreciación es que marcaban realmente el camino, cuando no existían los mojones. Después fueron derivando en otros, como el peso de ciertas cargas, que dejábamos en el Camino al transitarlo.
Mi Papá falleció en febrero, el pasaje lo había sacado en enero, en otro contexto. También algún tema de mi salud se interpuso en la previa. El Segundo Camino existía en mi mente antes de todo esto.
La experiencia pasaba por hacer uno nuevo, solo, sin equipaje (incluso un par de días se transformo en sin teléfono).
Apenas comencé a andarlo, con el temor de encarar algo distinto, empecé a pensar en mi viejo. Mire algún mojón que ya tenia sus piedras apiladas y sentí que debía tomar alguna del camino, para que fuera mi Papá, mi piedra de soporte, jamás una carga. ¿Dónde está escrito que deben significar todas lo mismo?
Me puse a buscar por el suelo, hasta que apareció una, lista para ser tomada. Ella seria mi Papá. Me acompañaría caminando, cosa que no pudo hacer fácilmente en sus últimos años.
Y obviamente, como cuando estoy escribiendo esto por primera vez, se me cerró la garganta y lagrimearon los ojos. Si así iban a ser los más de 100km que faltaban, iban a ser más duros de lo pensado.
Pero el Camino tiene su magia y apenas unos minutos después en los que se me transfiguraba la cara, empecé a sentir el sonido de unas gaitas que estaban escondidas a la vuelta de un montecito. Música que me alegró, y que me ayudó a cambiar el ánimo.
A partir de ahí fue todo sentir lo bueno que podía suceder.
Al llegar a Pontevedra sentí que tenía que poner mi piedra compañera en la ciudad que fue nuestro origen. Para mi sorpresa, esas cosas que se aprenden cuando le prestas atención a algo en particular, no vi mojones en la entrada. Recién al día siguiente, yendo a Caldas de Rei, vi uno, en el Puente de Burgos, km 65.920, que no tenía piedras encima.
No iba a dejar a Papá tan pronto. Me acompañó hasta Santiago. Cada noche y cada mañana controlaba que estuviera en mi bolsillo, tanto como la billetera o el pasaporte. Y cada tanto lo imagine caminando a mi lado, pero sin dolor.
Llegamos a Santiago, hubo foto y regresamos a Pontevedra, con esos dolores finales de las ampollas y el desgaste del andar.
Al día siguiente, lo primero que hice fue volver al Puente de Burgos, al mojón del KM 65.920, le di un beso y lo dejé en el lugar elegido, junto a chicos que jugaban por ahí. Un lugar feliz.
Para mi alegría, un día después, seguía todo igual. Un poco de Papá estaba en Pontevedra, en el mojón del km 65.92, para mí, el mojón de Moncho, cerca del Puente de Burgos.
Hermoso post. Saludos.
Bien ahí, de vuelta al rodeo alineando la pluma con el corazón. Enhorabuena por este retorno a la escritura!
Extraordinaria crónica Hernán. Abrazote.
Gracias amigo!
[…] primer día de caminata arrancó y además de la movilización que me causó en lo personal (Kilómetro 65.920), todo se volvió bastante conocido. Las señales son iguales, lo que encontré fueron más […]