Y llegó el día. Se liberan todas las tensiones. El famoso comienzo estaba ahí. Empezaríamos a ver de qué se trataba esto de compartir desayunos, almuerzos, cenas, filas de baños, tips de comidas. Todo junto y al mismo tiempo.
Nuestro pequeño desayunador nos agrupo a los alojados en ese fondo del pueblo. Los ventanales nos mostraban una pequeña lluvia que era lo que más temíamos.
Nos pusimos nuestros chubasqueros y a andar.
Un grupo había decidido encontrarse en el KM0 que encontramos frente a la estación de tren. Pero eso significaba para nosotros un desvío de unas cuadras y apurarnos para llegar, ya que estábamos al fondo del pueblo. Así que nos encontramos en la vera del riacho y dimos nuestro primer paso simbólico juntos.
Fuimos ya por el camino señalado casi de entrada, ya que las marcas se veían por la calle de la esquina de nuestro hotel.
Fuimos subiendo por un pequeño monte que atravesaba el pueblo y que no habíamos recorrido el día anterior.
No habíamos salido y ya llevábamos varias fotos, que mezclaban la piedra mojada que tanto me gusta de Galicia, con el sol que asomaba en el horizonte.
Antes de abandonar Sarria tuvimos ya nuestras vistas panorámicas y el primer cruceiro, esas cruces de piedra que están en cruces de caminos o cerca de lugares religiosos, tan características como los hórreos, pequeños graneros para guardar alimentos y semillas a salvo de los depredadores.
Empezamos a entender que si bien uno quiere tener todos los sellos posibles, no hace falta tenerlos todos. A veces hay fila para eso y no vale la pena hacerlo en el primer bar o iglesia que uno ve en el pueblo. Seguramente hay otro enseguida y la fila es menor al avanzar el camino.
Además, un tontuelo por ahí se puede olvidar su termo en el bar cuando lo apoyo para sacar un sello más y darse cuenta un kilometro más adelante que lo había olvidado. Así aprendí cosas: dejarlo siempre en el mismo lugar, chequear al salir que lo tengo en la mochila cual billetera o pasaporte del camino (fue regalo de mis 50 y tiene mi nombre), nadie toca nada que no es suyo (estaba en el mismo lugar que sabia lo había apoyado) y que podemos ir por separado, que nos vamos a volver a encontrar en algún momento.
El juntos pero no amontonados entre tantos empezó a tener significado. Cada uno puede ir a un ritmo distinto y podrás cruzarte y andar con conocidos o desconocidos de tu grupo (al cabo de dos días, las caras se comienzan a ver parecidas a las de días anteriores).
Cualquier parada significará cruzarse con alguien y compartir un Cola Cao a media mañana será fundamental en la supervivencia. Al menos en la mía. Pero otros necesitan seguir caminando para no perder el ritmo. Y no está mal.
La Galicia rural nos acompañó a pleno, con imágenes que podrías haber soñado de antemano.
La lluvia intermitente estuvo todo el día, y los chubasqueros funcionaron a pleno. Las que no resultaron útiles fueron las galochas tipo cortina de baño. Solo los del grupo saben quién las usaba.
Una de las mayores sorpresas fue un punto que terminó siendo el almuerzo para la mayoría, en el que en una galería de una casa de caserío, uno entraba, se servía lo que quería y pagaba lo que quería. Había de todo, orgullosos de ofrecerte lo que estaba por llegar. Que te quedes, que ya llega lo que te comento el otro peregrino que estaba muy bueno y se acabó. Salado, dulce, típico del campo, queso tetilla, tortilla, chorizo, bebidas. El lugar figura como Hospitalidad al Peregrino, en As Rozas, en el Concello de Paradella. Casi en el límite de los 100km hasta Santiago.
Tuvimos muchas oportunidades de fotos. La lluvia agota el caminar y aumenta los deseos de encontrar una excusa de descanso. Esperar a otro o sacar una nueva foto es un deporte que no practicaremos de la misma forma los restantes días. Puede jugarte en contra en la capacidad de cada uno para terminar. Hay que escuchar tu cuerpo, tus tiempos y no ofenderse por lo que haga el otro.
Ya nos dimos cuenta de que nunca te perdés, siempre hay una flecha que te guía. O dos. En este caso, por un camino alternativo, mucho más simple.
El cansancio hizo que tomáramos el más corto que fue un poco duro por una bajada complicada.
Llegar y ver esa escalera para llegar al pueblo fue un desafío. Fue el día que seria el más largo en tiempo (más de 7 horas en mi caso). Feliz de haberlo iniciado, de haberlo terminado pero con algunas cosas que ajustar.
Terminaríamos duchándonos reparadoramente para la cena con la mala noticia del incendio de Notre Dame de Paris.
Las valijas habían llegado, era algo a probar eso de dejarlas en un hotel y que aparecieran en el siguiente. Incorporamos algunas rutinas para el fin del día (frutas, líquidos, elongación) y armar una forma de cenar rápida para arrancar al día siguiente. Cada uno a sus tiempos.
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